dilluns, 11 de febrer del 2008

dijous, 7 de febrer del 2008

EL TAURO BLANC




'Tiburón'
Pregúntale a cualquiera que haya visto Tiburón, qué impacto ha tenido sobre su visión de los tiburones, y obtendrás la misma respuesta –los hace pensar dos veces antes de nadar en el mar. La idea de ese gran pez depredador, armado con una boca llena de dientes tipo navaja nadando frente a nuestras costas, embarga de miendo y horror a mucha gente –tanto como a los peores padecedores de la fobia a los tiburones, conocida como selacofobia- haciéndolos incapaces de tomar baños por el miedo a ser comidos.
¿Es Tiburón responsable por estos miedos? No caben dudas de que el extendido miedo a los tiburones es un fenómeno relativamente reciente, estimulado en un grado significativo por el estreno de la película de Spielberg en 1975. Las estremecedoras representaciones de los ataques, y la memorable partitura agorera de John Williams, provocaron una ola de histeria y de matanza de tiburones alrededor del mundo, convertida en una venganza sin sentido. Pero hasta comienzos del Siglo XX, los tiburones eran en su mayoría desconocidos para el público; los baños recreativos en el mar eran considerados un hábito excéntrico en los países del oeste, y muy pocas personas habían visto alguna vez un tiburón vivo. Los mitos acerca de los tiburones, han sido una parte importante para muchas culturas del mundo durante siglos. Un jarrón encontrado en Italia, fechado cerca del año 725 aC, representa a un hombre siendo capturado por un pez gigante, la primera representación occiental conocida de un ataque de tiburón; y, a partir de ese momento, ha habido muchas representaciones artísticas y literarias de estos ataques. Algunos expertos hasta piensan que la historia bíblica sobre Jonás, estuvo basada originariamente en un tiburón blanco más que en una ballena.
Tiburón trajo estas historias a la vida para millones de personas en el mundo, recordándoles que realmente hay terrores acechando en nuestros océanos. A diferencia de las clásicas películas de horror, cuyo poder de sobresalto está más basado en la imaginación, Tiburón se basó en la realidad. Mientras que el pez que aterró Amity Island realmente nunca existió, el tiburón blanco de 17 pies y 4.550 libras que inspiró la historia original de Peter Benchley, sí existió. La serie de ataques fatales de New Jersey en 1916 indudablemente ocurrieron –aunque sin los medios actuales de comunicación que los reportara a un público de ojos muy abiertos. Y el hundimiento del USS Indianapolis en 1945 –un suceso memorablemente descrito por el personaje de Quint de la primer película de Tiburón –resultó en las muertes de tal vez cientos de marinos norteamericanos, relacionadas con tiburones.
No es sorprendente entonces que algunos espectadores de Tiburón hayan reaccionado en forma negativa. A pesar de las enormes cantidades de evidencia de que los ataques de tiburón son increíblemente poco probables –es mucho más probable que mueras en un accidente donde esté involucrada una máquina expendedora de bebidas, que por un tiburón- el miedo a ellos persiste, un fenómeno que muchos psicólogos y biólogos marinos atribuyen a la película de Spielberg. En estos días, el número diminuto de víctimas fatales de tiburón anuales todavía genera llamadas de venganza contra los asesinos; y las fobias a los tiburones continúan siendo un serio problema para muchas personas, aún para algunos que viven a miles de millas del mar.
Peter Benchley, el autor del libro sobre el cual se basó Tiburón, es uno más de las muchas personas que trabajan arduamente, para reparar el equilibrio en favor de los tiburones. Actualmente Benchley dedica gran parte de su tiempo a la protección de los tiburones alrededor del mundo, y a la educación del público sobre su comportamiento; y ha dicho públicamente que no podría escribir la misma historia hoy en día. Puede que sea muy tarde para ayudar a los miles de peces que han muerto como resultado indirecto de la película, o para aliviar los miedos que se han arraigado tan profundamente en nuestra cultura. Pero más que para temerles o matarlos, esta es una buena oportunidad para aprender acerca de los tiburones y su comportamiento, y para tener éxito en su conservación.

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Com dormir bé


Si no pots dormir posat en roba interior ves a beure despres ves al aseo i el vanyes una mica el cos per estar ben fresquet.

LES CAUSES DELS TORNADOS






Tornados: vientos ebrios de furia. Círculos de turbulencia sin compasión. Sin tolerancia ante lo que quiera balbucear alguna resistencia a su paso. El tornado y su fuerza devastadora nos inspirará un acercamiento simbólico, imbuido de incrustaciones mitológicas y filosóficas.
Pero antes de nuestra libre "traducción simbólica" del arremolinado dragón de la atmósfera comencemos desde un paraje más plausible y cercano: la explicación científica de las propiedades y causas de los tornados.
Un tornado es un inmenso túnel de aire constituido por vientos ciclónicos. Suele aparecer unido a una nube tormentosa (cumulonimbus). La palabra tornado procede del latín tornare, girar. Los vientos tornádicos se mueven de una manera circular y surgen como consecuencia del veloz ascenso de una columna de aire caliente muy húmedo en derredor de un área de baja presión. La velocidad de los vientos del tornado oscilan entre los 150 a 400 k/h. Su furia es capaz de tumbar árboles y edificios. La presión de su aire comprimido puede demoler edificaciones cerradas. A su vez, la fuerza que existe dentro del túnel de aire succiona casas, carros y muchos otros objetos pesados, cargándolos por muchos kilómetros para luego arrojarlos muy lejos de su lugar de origen.
Mientras más grande sea el diámetro del remolino de viento que exhiba un tornado, menor será el daño que pueda provocar. Por el contrario, mientras más pequeño el diámetro, más mortífero.
Aunque pueden producirse en diversas regiones del mundo, los tornados más frecuentes y poderosos irrumpen en la región central de los Estados Unidos.
El tornado nace en cualquier momento del año. Pero generalmente se manifiesta en abril, mayo, junio y julio, cuando el clima comienza a cambiar de frío a caliente, mediante temperaturas que oscilan entre 70 y 75 grados Fahrenheit (21 y 24 grados Centígrados), con alto grado de humedad.
Los tornados se generan de forma rápida, y su vida suele ser breve, por lo que no pueden ser previstos con mucha anticipación. Esto aumenta su peligro. Además, en la tierra, el movimiento del tornado es errático, cambiante, impredecible.
En EEUU existen radares que detectan los bruscos cambios del viento. Pero esta tecnología no puede determinar hasta dónde se moverá el tornado y en qué lugar impactará la tierra.
La rotación destructora de los tornados es selectiva; su acción destructiva es muy localizada. El extremo de su cono destruye sólo lo más cercano. Así, el tornado puede dejar intacta precarias construcciones y demoler sin misericordia muy sólidas estructuras.
Tornado: rodar del aire leve. Sin rostro. Ahora ante la columna sombría, deseamos acercarnos desde un ejercicio de intuición simbólica, desde un filosofar preñado de fragancias presocráticas. ¿Qué figuras puede emanar el embudo arremolinado cuando le permitimos rodar dentro de un pensamiento nutrido por símbolos? El tornado que se desplaza furioso nos ofrece la fisonomía de un árbol de tronco fluctuante, coronado por ramas de nubes oscuras, vertiginosas y enloquecidas. O también nos muestra la figura de un volcán invertido, donde la columna de aire en rotación es una suerte de emanación magmática que erupciona sobre un pequeño retazo de suelo. Y también podríamos imaginarlo como un cordón umbilical que se angosta con la determinación de perdurar y no desaparecer. Lo que subyace a estas figuras imaginarias es el movimiento circular. El girar de los vientos más veloces de la tierra en torno a un centro.
En las mitologías ancestrales, lo real, el espacio, el mundo con sus polifonías de vida, surgen de un centro creador. El lugar del origen. Luego de la creación, la escena originaria desaparece. El universo cumple entonces su ciclo de existencia, su destino de vida; y, al final, colapsa, se destruye, generalmente por el fuego. Destrucción del todo que después regresa a la matriz inicial, al vientre del centro que emanará un nuevo universo, una nueva arquitectura vasta del mundo. Tal es lo que acontece en el ciclo cosmogónico hindú, el maya quiché, el mataco, o la filosofía estoica romana. El centro es así fuerza de emanación, creación, y también poder de atracción, imperativa inhalación que succiona las cosas y les impone la disgregación, anterior a la recreación. Tras el paso del tornado reina lo amorfo, la materia destruida, despedazada, reducida a sus elementos mínimos. La ira movediza de la atmósfera induce así el regreso a lo sin forma, ni orden, a la situación previa a una nueva creación. Luego de la destrucción, el tornado siempre propicia la recreación de la casa, la arquitectura. Y la tierra arrasada, despojada de su vegetación, también luego renacerá.
Pero el tornado no sólo es reinstauración de la trascendencia del centro en la geometría del espacio. Es también, en otras de su posibles figuras simbólicas, manifestación del túnel sagrado. Pueden existir túneles en la roca de las montañas; túneles a través de las paredes de la casa de los hombres; túneles en el hielo; túneles dentro del propio lenguaje como pensó el escritor fantástico Julio Cortázar.
Los túneles pueden ser horizontales. Cavidades que horadan la pesadez de la piedra y la materia sobre el lomo plano de la tierra. La primera identidad del túnel es actitud para comunicar dos extremos, en principio separados. Esa comunicación puede unir pulsos de un mismo mundo, formas que laten en el mismo odre de espacio y tiempo.
Pero el túnel puede ser también de aire.
El tornado: túnel aéreo. Túnel, distinto del horizontal, y capaz de enlazar seres y cielos de mundos diversos. En el simbolismo ancestral, a través del túnel, se enlaza lo profano y lo sagrado. Comunicación entre dos palpitaciones distintas de la realidad. Unión entre lo alto y lo bajo, entre lo superior (cielo divino), y lo inferior (tierra humana). Esa comunicación entre la cima y el pie de la montaña de lo real, es sugerida por las formas verticales: montaña, árbol, escalera, soga, o un túnel. Túnel vertical. Túnel de aire. Aire que asciende desde la faz del suelo hacia la cumbre del firmamento. Túnel aéreo del tornado que une, comunica, la tierra plana con el cielo. El tornado como comunicación de la verticalidad turbulenta.
El paso destructor del tornado no es genérico, indiscriminado. Como ya se aclaró antes, es selectivo, preciso. El vértice inferior del túnel de aire del tornado, puede devastar una sólida construcción y dejar incólume una vivienda de materiales precarios. La capacidad particular, selectiva, de destrucción del tornado, es semejante a la descarga de la electricidad fulminante del rayo. La tormenta castiga la tierra mediante el viento embravecido, o las lanzas líquidas de la lluvia. Pero su fuerza suprema es una jabalina chisporroteante, precisa, arrojada sobre un lugar particular. El rayo: la fuerza celeste que fustiga un sitio exacto cual si fuera una espada eléctrica rematada por una punta incisiva. El arma alargada, la espada, es, a su vez, emblema solar, forma del dominio de un cielo ígneo, precedido por el sol, sobre la tierra. Los embates punzantes, precisos, del tornado, el rayo y la espada solar, son formas de una agresión precisa con las que el cielo evidencia su superioridad y su poder sobre la tierra y sus criaturas.
En esta asimilación del tornado-espada-rayo, el cielo se une con la tierra. Pero desde una turbulencia rugiente, destructiva.
¿Pero acaso la altura celeste puede hermanarse con la longitud terrestre desde un ritmo compartido semejante a la música de la inhalación y la exhalación de nuestra respiración? Cielo y tierra componen un ritmo común cuando el tornado asume su figura más sugestiva: la del cordón umbilical.
Para la mitología mesoamericana, para los mayas, desde el corazón de la bóveda cae un cordón umbilical. Trece cielos componen el firmamento. El dios del piso trece corresponde al Ometeotl de los nahuas, el dios ombligo del mundo, el más alto de los cielos. Desde Ometeotl surge una soga o cuerda, un cordón umbilical, que une la cúpula celeste con la tierra. Los chamanes de la tribu australiana Wuradjeri, usaban su propio cordón umbilical como soga mágica. Estimaban que la soga les otorgaba la facultad de subir hasta el mundo de los espíritus. Y unían así lo terrestre con el cielo divino.
El cordón-tornado a veces se muestra delgado, enrollado, surcado por violentas corrientes de aire ascendentes. El cordón simula entonces una serpiente erecta de escamas arremolinadas, furiosas. En la estela maya de Izapa se representa a un viejo dios de cuyo ombligo sale un cordón que es una serpiente que, tras dar una vuelta completa, sube hacia las alturas. Muchos africanos creen que el cordón umbilical puede unir cielo y tierra y después metamorfosearse en una serpiente. El tornado y su figura umbilical, asociada a sogas y serpientes. Signos de unión rítmica, danzante, entre lo celeste y lo terrenal.
En el tornado bailan diversas figuras simbólicas. El centro, la creación y el regreso a lo amorfo; el túnel de aire y su comunicación de lo alto y lo bajo; el dominio celeste de la espada y el rayo; la integración rítmica, mágica del cielo y la tierra mediante la estampa alargada del cordón umbilical que también es soga y serpiente. Pero el efecto más nítido del viento arremolinado, en el pulso humano, es uno solo: el regreso al miedo primordial del lactante y el niño. Los fenómenos destructores retrotraen al hombre al descampado de la indefensión, a la desorientación infantil.
En el comienzo de la vida sensible del humano el mundo se compone de flecos danzarines, hilos sueltos. El corazón de cada cosa es atravesado por un hilo libre. El niño juega a entrelazar de diversas maneras esos hilos. Para el lactante y el niño la realidad es recién nacida, recién manifestada. Los hilos libres anhelan pertenecer a un tejido, a un diseño de mundo. En el día, el niño intenta fraguar unos primeros tejidos, figuras ordenables, asimilables, controlables. Pero, en la noche, las tinturas sombrías del cielo nocturno le arrebatan al niño sus agujas, los primeros esbozos de sus tejidos. Y esa noche atemoriza al niño, lo ahoga en un miedo primordial ante lo oscuro. Ante el ser que no permite ser enlazado.
En la noche. En la noche reina la Señora Luna, y las Moiras y las Normas, divinidades hilanderas. Dueñas del destino, hacedoras de los tejidos. Sólo ellas unen los hilos libres, sueltos, de las cosas, en diseños misteriosos, insondables.
La civilización siempre late después del miedo y los tejidos frustrados del niño. Toda civilización imagina que es capaz de tejer certeza, y luego envolver, arropar, lo real, dentro del tejido de su verdad. La conciencia adulta del ser civilizado anhela retener, sujetar, dentro del tejido de sus creencias al mundo. Aspira a traspasar las cosas con sus hilos. El tejedor adulto, civilizado, puede manipular algún tramo de los hilos. Pero es incapaz de gobernar aquellos hilos que nacen de la altura del cielo, la profundidad de la tierra y la antigüedad imprecisable del tiempo.
El humano sólo palpita entre sus redes. Puede ordenar sus propios hilos. Pero siempre dentro del gran tejido que pertenece a ellas, las Señoras Hilanderas. Que reinan entre los nervios umbríos de la noche.
La región más frecuentemente azotada por los tornados es el centro de EEUU. La nación que ansía gobernar el gran tejido del orbe; la voluntad que anhela el control de los hilos esenciales del existir.
El niño todavía atemorizado en la noche, el pequeño humano cercano al lactante, quizá podría contemplar a las Señoras de la Noche cuando éstas, por ejemplo en el corazón del coloso del Norte, conferencian, en secreto, con el viento y con una fuerza lejana, que evade los arpones de toda razón. Un poder que arde por encima de la médula etérea del viento o de la luna vestida de noche.
Y entonces las Señoras pronuncian un nombre, una palabra con vigor; y los vientos se anudan, enroscan y rozan sus escamas como reptiles enloquecidas.
Y el tornado nace. Y avanza.
Cada corazón regresa al temor anterior a todo discurso. Miedo primordial, primero, que agobia al niño ante la oscuridad salvaje. Oscuridad sin deseo de dar placer o continuidad al ser con rostro humano. Y entonces lo oscuro es viento. Viento arremolinado que propaga miles de dedos crispados, ásperos, que retoma los hilos que le pertenecen al tiempo y la noche y al poder que, sin que la ciencia lo alcance a comprender, se oculta en el centro del tornado. Que gira. Gira. Gira mientras apresa todos los tejidos. Y hace rodar sus gritos en el aire.

En marte hiaura vida?

EN MARTE HIAURA VIDA?

a)si
b)no

PREGUNTA (1)

QUI ESTA MES BONA?

a)ELSA PATAKI
b)PARIS HILTON
c) PATRICIA CONDE

MINIMOTOS






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ESPANYA Y LA UNIO EUROPEA








JO I JUANET







CONTE DE POR

Florián estaba enfermo desde hacía ya dos semanas. Tenía una inflamación en una pierna que no terminaba de sanar y hubo de guardar cama. La herida picaba y escocía, y cuando su madre le cambiaba la venda le hacía un daño horrible. Pero mucho peor que los dolores era el aburrimiento. Sobre todo se aburría por las mañanas, cuando sus padres estaban trabajando. A menudo se quedaba así, tumbado, y contaba las motas negras de la alfombra. O se inventaba historias de un muchacho y un perro que vivían aventuras apasionantes.
Su madre llegaba a casa, a mediodía, demasiado cansada para ocuparse de él. Así ocurría hoy también. Después de comer, Florián preguntó a su madre:-¿Juegas conmigo? Ella sacudió la cabeza. Florián frunció el ceño y dijo: -Estar malo es espantoso.-Pues yo me quedaría bien a gusto una semana en la cama dejándome mimar.
«¿Mimar?» Florián se hubiese echado a reír. -Estoy solo toda la mañana y cuando por fin llegas no tienes tiempo. Ya podrías preocuparte de mí un poco más.-He tenido un día agotador -dijo la madre. Florián se mordió el labio y añadió:-A pesar de todo. -¿Qué te parece si voy luego a sentarme en tu cama y te cuento una historia? -¿Sólo una historia?-Una historia de miedo. ¿Sabes tú una historia de miedo? -preguntó Florián sorprendido. -Y la he vivido yo misma, además.¡Oh!, sí, cuenta.-Después, cuando lea el periódico y haga el café. -¿De verdad has vivido una historia de miedo? -preguntó Florián con los ojos brillantes cuando, al cabo, la madre se sentó junto a su cama. -Sí. -¿Ya había nacido yo?-Fue hace dos años, cuando estábamos buscando casa. Antes de encontrar ésta, tuvimos otra oferta, un piso de cuatro habitaciones en una vieja villa con un jardín grande y silvestre. -Y ¿por qué no lo cogisteis?-Es lo que te voy a contar:
«Papá vio el anuncio en el periódico. El alquiler era muy barato, así que nos pusimos de acuerdo con los que habían vivido antes para ir a ver la casa. La villa tenía el aspecto de un castillo pequeño, hasta con su torrecita. Yo estaba entusiasmada. Ya sabes cómo me chiflan las casas antiguas. También me gustó el jardín, con árboles altos y corpulentos. Llena de curiosidad, subí al primer piso y toqué el timbre. Pasó un rato. Luego oí pasos. Me abrió una niña. Tenía el pelo negro y rizado, largo hasta la cintura. Llevaba un vestido blanco de encajes hasta los tobillos. La cara muy pálida. -¿Quiere ver la casa? -preguntó. -Sí -dije-. ¿Están tus padres? -Vienen en seguida -contestó-. Pero yo puedo enseñársela. Pase, por favor. Entré. La niña, interrogándome con la mirada, dijo: -¿Tienen niños? -Sí, un chico. -¿Cómo se llama?-Florián. -Entonces, la niña, por primera vez, sonrió. -Me llamo Bárbara -dijo-. Venga, le voy a enseñar el cuarto de los niños.-Pero quisiera ver primero las otras habitaciones -contesté yo.
-No, no -dijo Bárbara con brusquedad-. Tiene que ver primero el cuarto de los niños.Lo dijo con tanta urgencia que la seguí. Me condujo a una habitación grande y vacía al final del pasillo. Por la moqueta de colores se advertía que había sido un cuarto para niños. Bárbara corrió a la ventana. -Aquí estaba mi mesa -dijo- . Siempre veía el castaño cuando me sentaba aquí. Su niño tiene que sentarse también a la ventana, ¿me lo promete? -No sé -contesté dudando, e intenté sonreír. -¡Por favor! -exclamó, y me miró con ojos suplicantes.-Bueno, si tanto lo quieres -dije para dejarla contenta. Pensaba para mí que era cosa nuestra el cómo distribuir las habitaciones. -Ahí estaba mi cama -dijo, señalando la pared junto a la ventana-. Cuando me despertaba veía el cielo. Así sabía siempre si hacía buen tiempo o malo. -Pero ese no es buen sitio para la cama -comenté yo. Bárbara me miró sorprendida y añadió: -¿Por qué no?-En la ventana hay corriente a menudo. Podías haberte acatarrado. -¿Acatarrarme? -gritó- . ¡Quiere usted decir que mi madre ha cuidado mal de mí? -No, naturalmente -me apresuré a asegurar.-Pero ha dicho que era un sitio malo para la cama. -Era por decir algo. -No vuelva a decir jamás algo tan horrible de mi madre. El tono de su voz se volvió agudo de repente. -No he dicho absolutamente nada de tu madre -respondí. Y entonces oí pasos en el pasillo.
-Deben ser tus papás -dije aliviada, y salí rápidamente de la habitación. Era ridículo, pero aquella niña pequeña me daba miedo. Una mujer y un hombre vinieron a mi encuentro por el pasillo. Al verlos, me asusté, porque los dos iban vestidos completamente de negro. El hombre tenía el mismo pelo negro que Bárbara, y la mujer, sus mismos ojos grandes. -¿Ya está usted aquí? -preguntó extrañada la mujer.-Es raro que estuviese la puerta abierta -dijo el hombre. Iba a explicarles que su hija me había abierto, pero antes de que pudiese hacerlo estábamos ya en una de las habitaciones anteriores. Comenzaron a enseñarme la casa, primero los dos cuartos de estar, luego el dormitorio y el baño. Nos detuvimos en la cocina, que tenía unos azulejos antiguos preciosos. El hombre se volvió hacia mí, con una cara tan pálida como la de Bárbara y me preguntó: -¿Le gusta la casa?-Sí-contesté yo entusiasmada-. Es de un estilo un poco antiguo, justo como yo deseaba. Además es muy amplia.-Hay otra habitación -dijo el hombre- al final del pasillo. Pero ya no entramos en ella.-Era el cuarto de los niños -agregó en voz baja la mujer. -Lo sé -dije yo, sorprendida por el misterio con que hablaban de aquella habitación vacía. -¿Usted? -titubeó la mujer-. ¿Ha visto usted la habitación?-Sí, me la ha enseñado su hija. La mujer clavó en mí sus ojos: -¿Nuestra hija? -Sí -afirmé-; quería que el cuarto se dispusiese del mismo modo que cuando estaba ella. -¿Cómo era esa niña? -gritó el hombre con voz ronca. Me extrañó la pregunta.-Tenía una melena negra larga y llevaba un vestido blanco con encajes. -¡Bárbara! -exclamó la mujer con tanto dolor que me sobrecogí de miedo. Entonces se precipitaron los dos fuera de la cocina y les oí correr por el pasillo gritando el nombre de Bárbara. Sentí una desazón muy molesta. No comprendía su excitación, pero advertí que mi encuentro con Bárbara debía haberles alarmado. Les seguí lentamente. Se quedaron parados en la puerta de la habitación de los niños.
-No está aquí -dijo el hombre con palabras ahogadas.-Pero yo la he visto -insistí -. Estaba ahí, en la ventana, y habló de su castaño. La mujer sacudió la cabeza con gesto triste. -Tiene que haberse equivocado. -No, con toda seguridad.-Es imposible. -Pero, ¿por qué?-Bárbara está muerta -dijo el hombre. -¿Muerta? -repetí incrédula. -Murió hace cuatro semanas -explicó el hombre- , aquí, en esta habitación, de una pulmonía. -¡No! -grité. Los dos me miraron y dijeron que sí con la cabeza. Entonces di media vuelta y me marché de allí a toda prisa.» La madre de Florián hizo una pausa. Luego añadió: -Una semana después encontramos esta casa y nos alegró que al llamar a la puerta no nos abriese un fantasma. -¿Tenía Bárbara el aspecto de un fantasma? -quiso saber Florián. -Estaba muy pálida y parecía muy débil, como alguien que lleva enfermo mucho tiempo. -¿Por qué no me llevaste contigo? -Tú estabas en la escuela. Bueno, y ahora me tengo que ir -se levantó-. Me quedan un montón de cosas que hacer. Florián torció la boca, pero no dijo nada. Oyó a su madre entrar en la cocina. Y, en seguida, le llegó el cla-cla-cla de los platos en el fregadero. -¡Mamá! -voceó.-¿Qué ocurre? -¿Se murió Bárbara por dormir tan pegada a la ventana?-No lo sé.-¿Es verdad que su madre no la había cuidado bien? -No lo sé. Florián aspiró hondo y gritó: -Yo también podría coger una pulmonía si tú no te preocupas más de mí. La madre no contestó. Florián cerró los ojos y suspiró.


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